Ciudad de México 24.01.2015
Bernard Vienat (BV).- ¿Cómo entiendes la noción de activismo dentro de tu práctica artística?
Iván Puig (IP).- De hecho me lo sigo cuestionando. La noción que tengo sobre el activismo ha ido evolucionando. Siempre he tenido un interés político y he realizado también activismo directo, entonces cuando finalmente decido dedicarme al arte de manera profesional, he integrado esos intereses de transformación y ese deseo de hacer que las cosas sean mejores. Si veo una situación que es indignante creo que tengo que hacer algo desde mis posibilidades para poder transformarlo, es entonces que al momento de hacer arte sumo esa intención; sin embargo el activismo es una forma más frontal de acción y en las obras no siempre lo he hecho de manera tan directa debido a que el proceso creativo es muy amplio. Quizá diría que más que activismo procuro que la reflexión crítica este implícita en el trabajo.
BV.- ¿Pero tú ves entonces al arte como una herramienta para cambiar las mentalidades de manera poética? ¿Un potencial motor de cambio ideológico?
IP.-Muchas de mis piezas han sido decididamente políticas, partiendo de la hipótesis de que el arte puede funcionar como un catalizador y como elemento de transformación. Sin duda esto llega a ser polémico, debido a que esta transformación en muchas ocasiones sucede a niveles muy sutiles, intangibles, poco cuantificables. Por momentos he dudado de la eficiencia del arte con estos fines.
Me he preocupado por observar cada proyecto en su operación con las personas y ver si efectivamente podía recobrar la confianza de hacer arte político como una herramienta de transformación. En muchos casos ha sido sorprendente el resultado. Por ejemplo, el proyecto de la SEFT-1 ha tenido resultados tangibles, ha fungido como un catalizador, ha despertado discusiones que derivan en reclamos sociales y en pequeñas luchas por el derecho a tener transporte, caminos, etc. Por otro lado el impacto en los imaginarios de quien ha convivido con el proyecto, sobre todo fuera de las ciudades no es medible pero hemos podido constatar que a las personas les mueve mucho.
El acto poético tiene una potencia muy particular. Es transformador en sí mismo.
BV.- En tu obra video Líder de opinión se encuentra un mensaje de crítica fuerte hacia los medios de comunicación, en particular hacia los televisivos. En una obra tan directa, ¿cómo se puede definir una línea de lectura entendible pero que se quede sutil al mismo tiempo?
IP.-Este es un proyecto que me ha servido como referencia, debido a que funcionó muy bien. Es un discurso unívoco, busca llevar al espectador hacia una dirección y transmitir un mensaje muy concreto sobre la posibilidad de la manipulación de la información en los medios de comunicación. Y sin embargo lo evidente de su discurso no ofendió a nadie.
Una de las cosas difíciles del arte en general y sobre todo del arte político es establecer el límite de la obviedad. Como dicen por ahí «toda repetición es una ofensa» suele haber gente ofendida porque le digan las cosas de una forma tan directa, pues no necesitan escuchar lo que ya saben. Ese parámetro es absolutamente subjetivo, puede cambiar mucho de una persona a otra dependiendo de su sensibilidad, su contexto cultural, la edad o sus referencias teóricas. Incluso cambia en nosotros mismos conforme pasa el tiempo. Cantidad de veces regresamos a un libro que leímos años atrás y lo entendemos de manera muy diferente. Incluso en una escala temporal menor, cuando vemos una película varias veces y cada vez prestamos atención a otros aspectos de la misma. Eso sucede cuando existen varias capas de lectura, y me parece que ese es un buen recurso para que una pieza, independientemente de su disciplina, tenga un espectro mayor de “límites de obviedad”. Eso le sucedió a Líder de Opinión, lo mismo atraía y comunicaba a octogenarios que a pequeños de 5 años, expertos o neófitos en el arte. De hecho tuve la oportunidad de escuchar a un niño, que a partir de enfrentarse a la pieza, les preguntaba a sus padres si no debía creer todo lo que veía en la televisión, provocando una reacción de sorpresa en los padres puesto que ellos ya saben que eso es obvio, pero nunca habían hablado de ello con sus hijos.
BV.- Piensas en un público en particular cuando realizas este tipo de obras con el fin de tener una difusión más amplia, ¿no corres el riesgo de llegar a un punto dónde la obra se vuelve meramente didáctica?
IP.- Desde luego me preocupa el espectador porque como muchas de las piezas que he trabajado tienen como objetivo el comunicar algo, está claro que debe haber una preocupación por saber de qué manera se va comunicar. Hace rato hablábamos de los límites de la obviedad, pues el encriptamiento que de pronto viven las producciones en las artes tiene que ver con no considerar el amplio espectro de marcos de referencia que existen en el público. Hay quien deliberadamente produce sus obras sin esta preocupación. Es un modo de hacer. A mi me gusta que las piezas puedan ser leídas por un público más amplio. En todo caso, el riesgo de generar piezas didácticas me parece igual al de generar piezas encriptadas o sobre intelectualizadas.
BV.- ¿Estas distintas capas de lectura son entonces la posibilidad de dirigir la mediación a varios públicos?
IP.- Me parece que sí, aunque algunas de mis piezas son producto de procesos simples y esas permanecen en esa simpleza, son manifestaciones más intuitivas y menos intelectuales. Así es que no todo el tiempo está el espectador considerado en el proceso creativo, eso depende de cada caso en particular. Cuando el trabajo es deliberadamente político, entonces la lectura de la pieza adquiere considerable importancia. Y es ahí en donde sumar elementos simples y complejos puede ayudar a tener varios planos de interpretación que hagan que la pieza resulte interesante para un público más amplio.
BV.- ¿Encuentras por lo tanto una visión distinta de lo político dentro de la obra en otros países?
IP.- La producción de arte político es mayor en Latinoamérica que en Europa. Cuando estuve estudiando en Canadá, estaba muy interesado en estas cuestiones políticas y era una de las cosas que los maestros me criticaban, ya que estaban sumamente enfocados en los aspectos formales de la pintura, la materia y otras cuestiones que a mí no me apasionaban.
BV.- Cuando pienso la visión de Adorno para quien todas las obras llevan en ellas algo fundamentalmente político, quiero preguntarte cómo percibes las distintas formas de lo político en el campo del arte.
IP.- Coincido con la visión de Adorno de que todo el arte es político. Si como dice Kate Millet “lo personal es político” el arte no podría estar fuera de ello. Peo claro, no es lo mismo una manifestación artística que plantea una problemática social concreta que un proceso de arte terapia que una pieza que usa tecnologías obsoletas como statement. Más allá de la discusión de lo político yo me preguntaría por su capacidad como herramienta de transformación. Esto algo que suelo discutir con algunas amistades quienes no tienen la preocupación directa por un arte confrontador en el sentido político social y finalmente no llegamos a ninguna conclusión, porque tiene que ver con una perspectiva muy subjetiva.
BV.- El campo del arte tiene entonces una fuerza de cambio, ¿lo ves entonces como una de las formas de activismo más poderosas?
IP.- Sin duda existen formas más efectivas en términos de cambio social a corto plazo como el activismo desde las vías jurídicas o mediáticas. Sin embargo creo que el arte como parte de la construcción cultural tiene un enorme poder transformador, aunque en un plazo mayor o en niveles más sutiles; Me parece que todo esto tiene que suceder paralelamente. Si tengo ciertas preocupaciones sociales y una sensación de compromiso con el espacio, el lugar y las personas con las que estoy conviviendo y quiero hacer que sean mejores desde mi subjetividad, entonces lo hago y lo incluyo en el arte. Habría que, en todo caso, aspirar a tener una ciudadanía más comprometida independientemente de su profesión.