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Lorena Wolffer

Desde hace más de veinte años, el trabajo de Lorena Wolffer (México D.F., 1971) ha sido un sitio permanente para la resistencia y la enunciación en la intersección entre el arte y el activismo. Mientras en su propia obra artística aborda asuntos relacionados con la fabricación cultural del género y tenazmente defiende los derechos, la agencia y las voces de las mujeres, también ha producido, facilitado y curado decenas de proyectos con una gama heterogénea de artistas en plataformas como el museo, el espacio público y la televisión.

Desde la creación de radicales intervenciones culturales con diversas comunidades de mujeres hasta la elaboración de nuevos modelos pedagógicos para el desarrollo colectivo de conocimiento situados, estos proyectos se producen dentro de una arena que reconoce la pertinencia de los lenguajes experimentales y desplaza la frontera entre lo que conocemos como alta y baja cultura. Wolffer es una artista comprometida y su quehacer -un escenario para la voz, las representaciones y las narrativas de otras y otros, habitualmente invisibles en el contexto mexicano- articula la posibilidad de una realidad social cimentada en el respeto y la equidad.

Interview

Entrevista en video

Ciudad de México 14.04.2015

Bernard Vienat (BV).- ¿Cómo te sientes dentro del mundo del arte contemporáneo?

Lorena Wolffer (LW).- Mi posición con respecto al mundo del arte es una posición fluctuante, como de una insider/outsider permanente, donde tengo un pie adentro y tengo un pie afuera. Evidentemente mi trabajo está ahí para constatarlo, trabajo desde las estrategias del arte,  pero mi finalidad no es el arte, lo cual genera una cierta ruptura con el arte entendido en estos términos tradicionales de los sistemas del arte, del mundo del arte y las reglas que lo fundamentan, tengo una relación compleja con el mundo del arte.

BV.- ¿Cómo ha sido la evolución de tu práctica artística, desde tus inicios en el performance hasta tus prácticas más recientes?

LW.- En efecto, empecé haciendo performance y esas prácticas me fueron llevando a este espacio que yo llamo intersticial porque está en el intersticio entre el arte y el activismo, pero también entre ideas en torno a la performatividad o todo el planteamiento en torno al testimonio y la importancia de la palabra en primera persona, de las experiencias singulares de las personas, mezclado con la legislación local y nacional.

Entonces sí, todo lo que hago ahora en efecto empezó con mis prácticas dentro del performance, pero ese propio trabajo fue el que me trajo aquí, trabajar con mi cuerpo inevitablemente me llevó a cuestionar cómo está inscrito, qué significa, cómo se construye, y eso me llevó a toda una serie de cuestionamientos en torno al género y en torno a mi posición como una participante más de este complejo entorno social y en efecto, la finalidad de lo que yo hago no es hablarle al propio mundo del arte y tampoco es confinar mi quehacer a los espacios del arte, sino al contrario, tener un alcance que pueda producir algo, un algo que cambia de proyecto a proyecto y que no está ceñido ni a los espacios ni a las discusiones del arte.

BV.- ¿De dónde ha venido tu motivación por el arte?

LW.- No tiene nada que ver con la escuela, la familia, ni es una especie de conocimiento que yo haya recibido, repliqué o que decidí continuar, es más bien el resultado de haber trabajado con el cuerpo, de hacer una serie de planteamientos en torno al género, en torno a lo que implica y lo que significa  esto que entendemos por la categoría mujer y eso, por ejemplo, trabajar en el campo del género y del cuerpo, me llevó muy rápidamente a abordar temas como la violencia hacia las mujeres, porque es algo que no puedes disociar en este país, no puedes hablar del cuerpo de las mujeres sin inmediatamente referirte a la violencia normalizada a la que están sujetos nuestros cuerpos

Ha sido más una especie de camino forjado que yo he ido armando, todos estos elementos, ideas y conceptos que he tomado los he tomado a partir de estas experiencias. En un proyecto, por ejemplo, terminé trabajando en un refugio para mujeres y eso me llevó a trabajar con un mundo de personas que no tienen absolutamente nada que ver con el mundo del arte y que atienden a las mujeres, otros proyectos me han llevado a colaborar con otras personas y con otras instancias, es decir, es un camino que yo he ido haciendo y que es singular por eso, porque se compone de todos estos encuentros un poco azarosos que he ido teniendo a lo largo de los años.

BV.- ¿Crees que la presencia de estos procesos sociales en el arte responden a la situación por la que está pasando México?

LW.- Yo creo que sí y no. Creo que hay un fenómeno muy raro y es que en efecto sí hay mucha gente que ha estado trabajando en este espacio intersticial, intermedio, marginal (marginado del centro) que tiene que ver con el arte y con el activismo, pero con formas alternas de generar saberes y conocimientos o de compartirlos.

Creo que sí tiene que ver con la realidad en México, por supuesto que es una respuesta puntual a la realidad que vivimos hoy, pero también es cierto que hay una especie de fenómeno global en donde, por ejemplo, en Estados Unidos hay esto que llaman Social Practice y que muy tristemente se ha transformado en una especie de moda; ahora todo mundo quiere trabajar con comunidades, todo mundo quiere crear sus propias revoluciones y quiere implementar sus propias formas de resistencia, lo cual en principio me parece fabuloso si esto es real y no busca nada más al final insertarse en el mundo del arte y de una serie de valores y de ideas que están. Siempre y cuando la finalidad no sea volver al mundo del arte para ser plenamente aceptada o aceptado a partir de esto, me parece fantástico, porque hay que explorar, pero sí es cierto que hay una especie de moda que desvirtúa y que vacía todos estos planteamientos de su fuerza y de su potencia inicial y real, lo cual me parece problemático y en ese sentido creo que no es un fenómeno relativo a México nada más, sino que tiene que ver con el mundo del arte, además los sistemas del arte son muy efectivos en tomar y tragarse lo que sea, escupirlo y vomitarlo transformado en una otra cosa.

BV.- ¿Qué opinas de cuando se toman este tipo de obras de arte para usarlas dentro de un campo más global?

LW.- Yo creo y defiendo profundamente prácticas como la mía, evidentemente, pero no en una especie de manifiesto personal sino en el trabajo que he visto de colegas en México y afuera que producen, digamos, cambios muy pequeños o cambios que no son del todo visibles e identificables, pero que para mí son absolutamente reveladores y que son capaces además de señalar cuestiones que otras formas y otros medios no han podido señalar.

No creo que sea lo mismo leer un libro sobre la situación en Palestina que ver la obra de un artista que trabaja en torno a lo que sea con respecto a Palestina o con los refugiados en Siria, no creo que sea lo mismo, una vez más, escuchar las noticias o ver la TV o leer un artículo que leer los testimonios de las personas que han sido heridas al momento de salir de Siria. Creo que estas prácticas, en efecto, sí tienen un poder enorme y evidentemente por eso hago esto. Me importa más la defensa de estas prácticas que lo otro que son los procesos en donde en efecto el sistema del arte o el Estado puede tomar esto y utilizarlo para sus propios fines. Los actos simbólicos que ejercen los gobiernos, por ejemplo: pintar un edificio de determinado color porque significa no sé qué…. todas estas prácticas son eso, es el Estado tomando una serie de ideas y reproduciéndolas para finalidades diferentes, eso va a suceder siempre.

BV.- ¿Pones alguna frontera entre tu práctica artística y tu práctica activista?

LW.- No las identifico y no las separo, para mí son parte del mismo proceso, en ningún momento digo: esto sí es una obra, una palabra con la que me peleo muchísimo y la repito porque la tengo  absolutamente internalizada y es difícil separarte; pero cada que digo obra hay algo que se rebela dentro de mí. Yo no establezco una diferencia entre una intervención entendida como el trabajo que voy y presento en algún lugar y la conversación que puedo tener con una amiga abogada en torno a la situación que sufren las mujeres que sufren abortos espontáneos o en torno lo que sea. No lo entiendo como cosas diferentes, lo entiendo como parte de lo mismo y muy a menudo estos espacios que son los espacios fuera del arte suelen ser más reveladores que los que son puramente artísticos.

BV.- ¿Cómo defines las estrategias a seguir en obras tales como Encuesta de Violencia a Mujeres?

LW.- Mis procesos siempre parten de ideas, de conceptos y después busco primero el formato en qué realizarlo, yo no creo en una práctica disciplinaria en donde se defina como performance o pintura, etc., sino que la disciplina o los medios al final obedecen a las ideas, están definidos a partir de las ideas. Parto de una idea y voy buscando cómo desarrollarla y muchas veces, el lugar donde termino no tiene nada que ver con lo que me imaginé. En la Encuesta de Violencia a Mujeres, la finalidad era cómo hacer que podamos hablar en entornos públicos de violencia hacia las mujeres, siendo un tema vago del que no se habla, aunque como sabemos, las mujeres no denuncian con toda la razón, porque los sistemas de justicia no hacen más que ejercer la violencia nuevamente contra las mujeres, entonces es muy complicado. La premisa era pensar cómo generar espacios de diálogo en entornos públicos y de ahí salió la idea de la encuesta y una vez teniéndola empecé a llevarla a diferentes lugares.

Hay muchas piezas y muchas intervenciones que lo que implican es que yo salga de mi casa con una mochila y que vaya y que me ponga en una esquina y que la haga como sucedía en un principio con la Encuesta y en algún momento surgió la oportunidad de hacerla en las estaciones del metro y del metrobus porque un amigo, Pancho López, estaba trabajando en el museo del Chopo, entonces tenía los contactos para conseguir los permisos y fue gracias a él que conseguí los permisos para hacerlo en el metro y el metrobus. Yo no empecé imaginando que realizaría la encuesta en estos lugares, fue al final que llegué a pensar en qué lugares se congrega la gente donde pueda haber grupos muy heterogéneos de personas que no estén circunscritos a la colonia con las características de la colonia; si tú estás en la Cuauhtémoc significa una serie de cosas muy diferentes a lo que puede significar estar en el Centro o estar en Iztapalapa o en Tepito. También el planteamiento era llegar a la mayor cantidad de mujeres sin que se trate de grupos específicos. Cada proyecto un poco va trazando su propio camino.

A mí no me importaba si la encuesta era ilustrativa de una variedad de mujeres en términos de edad, estrato socioeconómico o de acceso a la educación, citadinas versus mujeres rurales o indígenas… nunca busqué tener un muestrario amplio; sí quería llegar a la mayor cantidad de mujeres y el metro es el lugar ideal para hacerlo porque se congrega muchísima gente.

BV.- ¿Cómo es una obra así puede ser mostrada después de una primera fase de carácter performático?

LW.- Justo ahora lo que es interesante de este momento es que estoy preparando una exposición que recoge muchas de las obras expuestas y que se va a presentar en el Museo de Arte Moderno y me pregunto: ¿por qué una exposición? ¿cuál es la finalidad? ¿cómo cambian estos trabajos en el museo? ¿qué significa ese tránsito de los espacios en donde originalmente fueron presentadas al museo, cómo tomar en cuenta ese tránsito? y ¿en qué se transforman al entrar en un museo?

La Encuesta de Violencia a Mujeres, por ejemplo, en lo que se va a transformar es en una cosa que no tiene nada que ver en lo que pasó durante las presentaciones en el metro, el metrobus y en los demás lugares; la parte fundamental y la parte medular de este proyecto era la interacción entre las mujeres mismas, entre ellas y conmigo; todo lo que sucede en ese momento en el que tú revelas y empiezas a hablar de la violencia en un entorno público, muchas veces por primera vez en tu vida. Son espacios de encuentro, de reconocimiento, de diálogo, de enunciación y de denuncia, evidentemente; eso que es la parte medular es imposible conservarlo y una foto tampoco sirve de nada. Lo que decidí para la exposición del Museo de Arte Moderno es quedarme con los números, lo que es interesante, porque yo al principio estaba en contra de estas cifras, entonces ahora hay toda una vuelta donde la única forma que yo encuentro en la que puedo representar a las más de 2,000 mujeres que participaron en la encuesta es mediante sus respuestas, esa es la única forma que tengo de más o menos mostrar quiénes participaron. Lo que ahora va a suceder es que vamos a hacer una proyección con los resultados de la encuesta intercalados con imágenes documentales de las 15 presentaciones que hubo; pero ese es por ejemplo uno de los tránsitos en donde no va a estar el módulo, no van a estar las encuestas mismas y no va a estar nada de lo que estaba originalmente.

BV.- ¿Consideras que esta acción puede llevarse a cabo en otro contexto?

LW.- Por supuesto que es posible en otros lugares, pero no es posible en un museo. O sea, en un museo no tiene ningún sentido, se caería a pedazos, sería una especie de simulación vacía sin sentido y sin ningún tipo de propósito. La finalidad de la exposición sí es documentar todo el proceso, porque todas estas piezas quien las ha hecho soy yo y quien ha estado en todas soy yo y ni siquiera yo las he visto todas juntas, lo cual va a ser una experiencia interesante, pero la finalidad cambia en el museo, o sea, se transforma en otra cosa.

Hace un momento tú hablabas de Mírame a los ojos y del problema que tuve con el gobierno del DF porque al final me dijeron que los enunciados que las mujeres habían hecho eran demasiado conservadores frente a las políticas que el GDF desde su supuesta izquierda defiende. En efecto, me encuentro con las limitaciones del GDF, pero de la misma forma yo no creo que un sistema sea peor que otro; en el mundo del arte te encuentras con otra serie de limitaciones que te dicen que lo que tú haces es no políticamente, sino artísticamente correcto o incorrecto y te somete a una serie de valores que son los que están operando en ese momento y que determinan si lo que tú haces vale o no la pena o se inserta o no dentro de un discurso que sea digno de mostrarse, de exhibirse, es un sistema como cualquier otro. Trabajar en un ámbito público, en una esfera pública es igual de problemático que trabajar en un sistema del arte.

BV.- ¿Pueden ser este tipo de obras consideradas como terapia, como arte-terapia?

LW.- No sé, sí puede ser un arte de terapia, sí podemos hablar de psicomagia y hablar de Jodorowsky y de todo esto, pero a mí me interesa más entenderlo o plantearlo como la creación de nuevas prácticas culturales. Justamente basada en las ideas de la performatividad de que lo que produce un fenómeno es la repetición de actos que asociamos con ese fenómeno, igual que el género, bajo esa premisa, yo creo que lo que podemos hacer para encontrar maneras más justas y más equitativas y más respetuosas de convivir es crear nuevas prácticas culturales en donde los sistemas y las prioridades que hacen que hayan ciertos sectores que estén permanentemente discriminados, no lo estén. Entonces creo en la instauración a partir de la repetición de prácticas de nuevas prácticas culturales.

Me gustaría  más entenderlo así, porque una terapia es algo que supone que tu vives en un bienestar, que tú te enfermaste, que hubo algo que te enfermó y que yo llegué y que te inyecté un remedio o te di una medicina que te curó de eso pero que tu estado anterior era un estado de bienestar. Yo creo que los acuerdos culturales en los que vivimos son unos acuerdos que permanentemente discriminan y relegan a sectores de la población como forma de operación general y creo que lo que hay que cambiar es eso.

BV.- ¿Buscas una emulación creativa que podría repercutir dentro de los tejidos socio-culturales?

LW.- No lo pienso como en términos de que voy a instaurar nada, porque no soy nadie como para instaurar absolutamente nada, pero si puedo contribuir a generar intervenciones que puedan ser replicadas y reproducidas y que en efecto ayudan a la generación de nuevas prácticas culturales, creo que sería fabuloso.

No sé, yo creo que en México uno de los ejemplos que es pertinente porque es cercano geográficamente, geopolíticamente y desde otras perspectivas es el caso de Colombia, y siempre hay esta comparación, de que México hoy está peor que como estuvo Colombia. Una de las cosas que para mí ha sido de mis referentes continuos es, en efecto, las acciones ciudadanas que se emprendieron en Colombia como una manera de recuperar los espacios públicos y recuperar una cierta democracia y equidad de formas de vida; creo en eso, si puedo contribuir de alguna forma a que eso suceda aquí, me daré por bien servida, estaré feliz con eso.

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